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Barcelona renueva su lealtad con U2.

Indudablemente había hambre de los U2 en directo entre el aficionado local. Desde la primera vez que se dejó caer el cuarteto formado por Bono, The Edge, Larry Mullen jr y Adam Clayton en un escenario barcelonés, el rock y el pop han evolucionado de forma radical, ya musicalmente ya socialmente, como muy bien simboliza Bono, a medio camino del benefactor, el músico un punto sobrado, el creador de conciencias, el amigo de estadistas o de plutócratas.

Pero tanto antes como ahora, Barcelona respondió con masiva lealtad a las siempre entregadas actuaciones del grupo: tres Nou Camp, un Estadi Olímpic y, hasta anoche, tres Palau Sant Jordi… es decir, varios centenares de miles de feligreses. Ahora, a esta cifra hay que sumarle 72.000 aficionados más, que son los que asistieron anoche más los que lo harán hoy y los próximos viernes y sábado al Palau Sant Jordi. La respuesta del aficionado intergeneracional que anoche asistió a la primera entrega del capítulo barcelonés del iNNOCENCE + eXPERIENCE Tour fue entusiasta y sin fisuras. Y a diferencia de aquellos inmensos estadios y auditorios al aire libre, el aplauso y la entrega del aficionado (entre ellos, Shakira y Gerard Piqué) no pareció compulsivo sino una respuesta natural, agradecida, a unas dosis contundentes de rock. Sin caer en, quizás, el éxtasis del hooligan.

Desde casi las nueve y media de la noche, la fiesta de comunión en que devino el amazónico concierto del cuarteto irlandés fue de una rara intensidad. La materia prima y el diseño del concierto, de hecho de toda la gira, demostraron estar a la altura del reto. Y este desafío autoimpuesto por Bono y sus colegas es contar a su fiel audiencia –que buena parte de ella ha crecido con ellos– que siguen siendo músicos de carne y hueso, que aunque estén inmersos como pocos en la maquinaria de la industria de la cultura, tienen conciencia de su lugar y su tiempo. Y de ellos mismos. La primera pista de ello fue la propia publicación de su hasta ahora último álbum, Songs of innocence, y el segundo y más brillante, un concierto donde las canciones del mencionado disco se convirtieron en el nudo gordiano de la actuación.

El repertorio con el que llenaron una densísima noche de emociones y latidos musicales –que Bono saludó con un "Bona nit, Barcelona!", para luego elogiarla el acabar el cuarto corte de la noche, I will follow– ofreció un repaso a capítulos esenciales de los últimos treinta años de la historia del rock'n'roll, que también son los suyos: sus orígenes postpunkies abrevados en su Irlanda natal, la fascinante dimensión sónica auspiciada por Brian Eno a finales de los ochenta, su explosión como la gran banda de rock a escala planetaria durante los noventa y, de momento, su bicefalia como banda sobreexpuesta a raíz de su pacto con Apple y, paralelamente, su búsqueda de unas señas de identidad genuinamente rockeras. Algunos detalles ya demostraban esta vocación esencialista, desde el momento en que el tema que abrió anoche –con veinte minutos de retraso– y todos los días de la gira fue The miracle (of Joey Ramone), incluido en su mencionado último álbum y que es un magnífico homenaje de Bono a los Ramones y a la escena neoyorquina de los setenta. O que la música que sonaba hasta el momento en que Bono apareció a solas sobre un escenario secundario era el no menos emblemático People have the power, de la gloriosa Patti Smith.

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